miércoles, 9 de noviembre de 2016
VUELTA AL FASCISMO
Pues ya está aquí. Después de un intenso año en electoral no solo en nuestro país sino tambien a nivel mundial como el referéndum del Bréxit, ayer se consumó lo que muchos no querían ni plantearse: Donald Trump se ha convertido en el cuadragésimo quinto Presidente de los Estados Unidos.
La verdad es que no ha sido el mejor año para las empresas demoscópicas. Se puede decir que tras lo de España y el Bréxit lo mejor que pueden hacer es esconderse en un lugar profundo ya que no han dado una.
Aunque en este caso me gustaría matizar el fracaso de las encuestas. Cierto es que la mayoría de las encuestas daban a Hillary Clinton ganadora pero no menos cierto es que, cuando salió a flote la investigación del FBI, la tendencia fue favorable a Trump. Y eso es lo más importante en las encuestas, más que analizar los resultados totales creo interesante ver quién está subiendo y quién va hacia abajo.
Pero analicemos el por qué un candidato tan peculiar como este Donald Trump ha conseguido llegar a la White House teniendo al alcance de su dedo índice el "botoncito" de la bomba atómica.
La verdad es que la victoria de Trump no es un hecho aislado de Estados Unidos sino que presenta una tendencia mundial.
Las democracias occidentales viven la mayor crisis desde el fin de la I Guerra Mundial. Crisis que viene motivada por múltiples factores: crisis económicas, terrorismo internacional, crisis de valores sociales, corrupción, desigualdad...
En este marco y, como ocurrió tras la I Guerra Mundial, se genera un gran caldo de cultivo para que movimientos populistas con carácter xenófobo, excluyente y que propugnan la cerrazón del país a "enemigos externos" junto a un ultranacionalismo exacerbado consigan captar el voto de mayorías que suponen las clases medias de raza blanca y los votos de masas sin estudios que han sufrido las inclemencias del sistema político y económico.
Antes se les llamaban Fascismos; ahora me voy a permitir el lujo de señalarlos como los neofascismos ya que se trata de movimientos con un ligero lavado de imagen y que no se atreven del todo a cuestionar la democracia en sí. Participan en el sistema con el convencimiento de poder ganar en él.
Si echamos la vista atrás, Mussolini alcanza el poder con un golpe de Estado en 1922 y Hitler intentó un golpe de Estado antes de consolidar su poder en unas elecciones amañadas.
Por lo tanto, Trump contaba con un contexto propicio para llevar a cabo un discurso fácil y populista en el que señalase a enemigos externos pero que están dentro del país: latinos, árabes, refugiados, etc.
Y, como he señalado se trata de una tendencia mundial. En junio ya asistimos al inicio de la salida de Gran Bretaña de la UE y en muchos países como en Francia con Le Pen o en Alemania los movimientos de extrema derecha están alcanzando grandes cotas de poder.
En España no ha pasado. A pesar de que el cuñadismo español quiera buscar comparaciones entre Podemos y los neofascismos lo cierto es que el espacio político que ocupa Podemos es completamente opuesto: voto urbanita, gente con estudios y con poco apoyo rural.
La realidad es que el espacio populista lo tiene muy consolidado en España el PP.
Pero volviendo al caso de Trump; no deja(ría) de resultar sorprendente que un multimillonario parido por el sistema actual se presente como un rupturista capaz de aglutinar el descontento social sino fuera porque lo hemos visto cientos de veces. Gente que vota contra sus intereses movidos por sentimientos nacionalistas que confunden con el patriotismo.
Nunca Estados Unidos había tenido un candidato tan polémico y excéntrico y eso ya es decir puesto que ha tenido a tipos muy peculiares: recuerdo a Andrew Jackson que se negaba a cumplir disposiciones del Tribunal Supremo sobre el trato a los indígenas; a Ronald Reagan o al propio George W. Bush. Pero ninguno de estos generaba tanta polémica concentrada en su persona antes de acceder al poder.
Tampoco podemos obviar la floja candidatura demócrata. Hillary Clinton era una política demasiado establishment para pelearle a Trump la Presidencia. Representa el ala derecha del Partido Demócrata como lo hizo su marido Bill en su día.
Además, cuenta con una pesada mochila. Decisiones como el voto a favor en la Guerra de Irak no se lo han puesto nunca muy fácil.
Clinton ganó las primarias a Bernie Sanders que hubiera resultado un candidato mucho más progresista hasta el punto de que se le considera socialista. Quizá demasiado de izquierdas para un país tan liberal en lo económico pero hubiera resultado ideal como contraposición a Trump.
Clinton ha resultado un fiasco de poco carisma y muchas dudas sobre su propia persona. Ha recibido más votos por el rechazo a Trump que por la ilusión por ella; todo lo contrario a Barack Obama.
Puestos a buscar una mujer para la Casa Blanca, creo que la propia Michelle Obama hubiera sido una mucho mejor candidata.
Y ahí entroncamos con ese legado de Obama. Legado que, con un Congreso y Senado republicanos, tiene todos los visos de esfumarse.
Lo que ha costado legislar por el cambio climático, por la sanidad, por el desbloqueo con Cuba y lo fácil que, en una noche, todo lo logrado en ocho años cae por un precipicio.
El futuro está por escribirse. Hay muchos lobbies de poder en Estados Unidos (muchos muy visibles puesto que no tienen ni que esconderse) y el margen para un Presidente siempre está delimitado como vimos con Obama pero lo que parece claro es que estamos ante una crisis de las democracias occidentales, una crisis del sistema que muchos no han querido ver y que ya llevaba una serie de advertencias dadas.
Yo por si acaso iría mirando como están los pisos en Marte...
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